
Antíoco Epífanes reclamó para sí Celesiria, invadiendo Egipto y logrando conquistar la práctica totalidad del país (sin embargo no logró capturar Alejandría). Muy a su pesar, tuvo que restituir a Ptolomeo en el trono de Egipto para no enfrentarse con Roma.
Poco después invadió Chipre (en el 168 a.C). Pero Roma le forzó a abandonar tanto Chipre como Egipto. A partir de ese momento, el belicoso Antíoco IV, se fijó un nuevo objetivo: Jerusalem.

Una vez conquistada Judea, Antíoco se propuso acabar con la religión judía. Incluso subastó al mejor postor el puesto de Sumo Sacerdote del Templo. Se suprimieron los ritos judíos, la circuncisión y la celebración del Shabbath. Se saqueó el Templo y se puso en él una estatua de Zeus. La adoración a Zeus fue obligatoria, bajo pena de muerte.
Ante tales afrentas contra su fe, un sacerdote judío Matitiahu y sus hijos, los Macabeos, se levantaron contra el poder de Antíoco. Huyeron a las montañas, en dónde se agruparon y organizaron. A pesar de su inferioridad numérica, lograron derrotar al ejército invasor y reinstaurar los ritos del templo.

Uno de los ritos más importantes que se llevaban a cabo era el encendido del Gran Candelabro o Menorah. Para que se mantuviera encendido se utilizaba un aceite previamente purificado. Sin embargo, cuándo llegaron al Templo, sólo quedaba aceite para un día. Siendo conscientes de que al menos se tardaría una semana en purificar aceite para el templo, decicieron encender de todas formas la Menorah.
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