A veces tendemos demasiado a mirarnos el ombligo. Cuándo hablamos de romanticismo, en España nos limitamos a los autores peninsulares: Bécker, Zorrilla o Rosalía de Castro. Sin embargo, pocas veces nos paramos a analizar qué se escribía en las que por entonces eran colonias españoles.
Eso es precisamente lo que me ha ocurrido con José Gautier Benítez. Quizás algunos eruditos españoles me digan que ellos, casi desde que aún eran amamantados por la teta materna, ya conocían a este autor. No es mi caso. Con los ojos brillantes, y sonrisa bobalicona, me siento como el niño que acaba de encontrar una canica de colores en un charco de barro.
Si la poesía es sentimiento, la poesía romántica aún lo es más. Con lacónicas pinceladas, José Gautier, no deja de transmitirnos añoranza y exaltación de su patria. Sabedor de que la tuberculosis, al igual que ocurriera con Chopin en el campo de la música, no tardaría en llevárselo a la tumba, nos transmite esa tragedia que supone el final de la existencia terrenal.
En fin, no me queda sino compartir con vosotros éste descubrimiento:
PUERTO RICO
¡Borinquen!, nombre al pensamiento grato
como el recuerdo de un amor profundo,
bello jardín de América el ornato,
siendo el jardín América del mundo.
Perla que el mar de entre su concha arranca
al agitar sus ondas placenteras,
garza dormida entre la espuma blanca
del níveo cinturón de tus riberas.
Tú, que das a la brisa de los mares,
al recibir el beso de su aliento
la garzota gentil de tus palmares;
Que pareces en medio de la bruma
al que llega a tus playas peregrinas,
una ciudad fantástica de espuma
que formaron jugando las ondinas.
Un jardín encantado
sobre las aguas de la mar que domas,
un búcaro de flores columpiado
entre espuma y coral, perlas y aromas.
Tú, que en las tardes sobre el mar derramas
con los colores que tu ocaso viste
otro océano de flotantes llamas;
tú, que me das el aire que respiro
y vida al canto que espontáneo brota,
cuando la inspiración en raudo giro
con sus alas flamígeras azota
la frente del cantor; ¡oye mi acento!
El santo amor que entre mi pecho guardo
te pintará su rústica armonía;
por ti lo lanzo a la región del viento,
tu corazón lo dicta al corazón del Bardo,
y el Bardo en él su corazón te envía.
¡Oyelo patria! El último sonido
será, tal vez, de mi laúd; muy pronto
partiré a las regiones del olvido.
Mi juventud efímera se merma,
y ya en su cárcel habitar no quiere
un alma melancólica y enferma.
Antes que llegue mi postrero día
y mi cantar se extinga con mi aliento,
¡toma, patria, mi última poesía!
¡Ella es de mi amor el testamento!
¡Ella el adiós que tu cantor te envía!
Tres siglos ha que el hombre
encerrado en el viejo continente
ni en ti soñaba ni soñó tu nombre.
como el recuerdo de un amor profundo,
bello jardín de América el ornato,
siendo el jardín América del mundo.
Perla que el mar de entre su concha arranca
al agitar sus ondas placenteras,
garza dormida entre la espuma blanca
del níveo cinturón de tus riberas.
Tú, que das a la brisa de los mares,
al recibir el beso de su aliento
la garzota gentil de tus palmares;
Que pareces en medio de la bruma
al que llega a tus playas peregrinas,
una ciudad fantástica de espuma
que formaron jugando las ondinas.
Un jardín encantado
sobre las aguas de la mar que domas,
un búcaro de flores columpiado
entre espuma y coral, perlas y aromas.
Tú, que en las tardes sobre el mar derramas
con los colores que tu ocaso viste
otro océano de flotantes llamas;
tú, que me das el aire que respiro
y vida al canto que espontáneo brota,
cuando la inspiración en raudo giro
con sus alas flamígeras azota
la frente del cantor; ¡oye mi acento!
El santo amor que entre mi pecho guardo
te pintará su rústica armonía;
por ti lo lanzo a la región del viento,
tu corazón lo dicta al corazón del Bardo,
y el Bardo en él su corazón te envía.
¡Oyelo patria! El último sonido
será, tal vez, de mi laúd; muy pronto
partiré a las regiones del olvido.
Mi juventud efímera se merma,
y ya en su cárcel habitar no quiere
un alma melancólica y enferma.
Antes que llegue mi postrero día
y mi cantar se extinga con mi aliento,
¡toma, patria, mi última poesía!
¡Ella es de mi amor el testamento!
¡Ella el adiós que tu cantor te envía!
Tres siglos ha que el hombre
encerrado en el viejo continente
ni en ti soñaba ni soñó tu nombre.